Muchas veces he pensado que con lo difícil que resulta estar algunas veces consigo mismo…no es de extrañar que nos cueste estar con otra persona o personas. Seguro que vosotros también lo habéis pensado…
Esto es así en cualquier tipo de relaciones, ya sea de pareja, de amistad, de trabajo o de vecindad.
Cuando estamos solos nos embrollamos en ciertos temas. Tenemos visiones distorsionadas y poco fiables. A veces somos conscientes de ello, pero otras muchas veces no.
Cuando estamos en pareja, el o ella nos confronta con dichas visiones, ya que, por supuesto, vistas desde fuera se perciben claramente distorsionadas…pero también sucede muy a menudo que a nuestra distorsión se une la suya… y el lío acaba siendo monumental. A esto se le llama discutir en pareja… y en lugar de clarificar, lo que suele ocurrir es que se emborrona aún más la situación. Porque discutir debería ser el modo de poner las cosas sobre la mesa, analizarlas, detectar errores y buscar caminos para solventarlos. Pero es infrecuente. Todo se mezcla y acabamos organizando un nudo gordiano que solo tiene una solución. Cortar por lo sano.
A veces, cuando el nudo se ha hecho muy grande o hemos juntado demasiados nudos, lo que cortamos es la relación. No el nudo. Y nos mudamos a nuestra soledad … con el nudo incorporado. O nos mudamos a una nueva relación, ¡con el nudo también!
Y vuelta a lo mismo.
En realidad nos ocurre lo mismo con todas las personas con las que nos relacionamos. Aunque la relación de pareja sea la más reveladora, por la implicación, el compromiso y la vulnerabilidad que genera.
Durante un tiempo en la vida, y con la ligereza que da la juventud, nos permitimos acumular experiencias y vivencias. Unas son buenas y otras menos buenas o decididamente malas. Tenemos tiempo por delante, nos parece, para rectificar… Pero cuidado, hablo con la voz de quien ha cumplido ya unos añitos, el tiempo pasa muy rápidamente y no se puede ir hacia atrás. Por ello, tal vez lo mejor sería ser capaces de rebobinar y recolocarnos en el punto original de nuestros nudos.
Y ese punto es la relación con nosotros mismos.
Cuando aprendemos a conocernos mejor, a comprender nuestros agujeros emocionales, es decir, qué nos ha faltado y qué desearíamos encontrar a través de la relación, tenemos más posibilidades de poder estar realmente con el otro.
Muchas veces se desea lo imposible. Se espera lo inalcanzable. Se pide a la relación, con la pareja, con los amigos, con los compañeros, que llenen partes del sí mismo que, en realidad, los demás no pueden llenar. Incluso a veces, esto se le pide a la búsqueda espiritual, a la relación con lo Totalmente Otro: “Llena mi agujero emocional, por favor”. Pero no funciona, o parece que funciona, pero solo por una temporada.
Conocernos a nosotros nos da la humildad de comprender que hay heridas antiguas que van a supurar de tanto en tanto… ¡paciencia! También nos enseña que podemos aprender a vivir con nuestras imperfecciones y que esto nos hace aun más especiales y únicos, como las piezas manufacturadas…son bonitas, únicas y valiosas porque no son perfectas, ¿verdad?
Y podemos aprender la gran lección: no pedir a los demás que se hagan cargo de nuestros problemas y de nuestras carencias. Ellos no son los que deben aportar las soluciones ni las tiritas para el alma. Por supuesto que necesitamos amigos amorosos y cercanos, también cuidados de nuestra pareja. Pero el todo está en la mesura, en el grado de exigencia o de demanda.
Estar realmente con el otro por el otro y no por sí mismo seria la esencia del amor y del compartir. Pero, ¿es realmente posible?
En un mundo ideal en el que somos seres sin carencias, sí.
En esta realidad en la que vivimos, en la que lo más que podemos hacer es devenir conscientes de lo mucho que nos falta por andar y de lo imperfectos que somos (yo diría que por suerte, pero ese es otro tema), es todo un reto.
Cuando estoy con el otro me enriquezco, crezco, aprendo, me interrogo. Pero ¿cómo estar ahí realmente con esa persona, sin que lo que yo “gano” sea siempre lo más importante?
Difícil equilibrio.
Sobre todo cuando la relación se basa en una relación de egos. Es el ego el que teme, el que se siente incompleto, y esto le hace comportarse de forma ego-ista. Aprender a reconducir esta fuerza egoica a una verdadera búsqueda de “completud” es esencial. Reconducir es enfocar el egoísmo que nos lleva a buscar ese “estar bien”. Es comprender que nunca podremos estar bien a expensas de los demás, ni por supuesto, a expensas de nuestro Yo Profundo.
Para poder ir realmente a la fuente de la comunicación y llegar a la comunión con el otro, debemos poder establecer dicha comunicación desde un punto más central, más esencial. Tan solo de este modo podemos vivir las diferencias y las situaciones que se plantean como una posibilidad de apertura mayor y de descubrimiento para ambos. Esto solo lo podemos hacer si somos capaces de comunicar verdaderamente con nosotros mismos, de estar en comunión interior con nuestra esencia.
Estar con el otro por el otro, no por mí. Qué bonito objetivo, ¿no os parece?…