Meditar es un ejercicio exigente. No podemos negarlo. Quien se sienta buscando la complacencia de un momento de bienestar, se encuentra muchas veces confrontado a dolores físicos, emocionales o mentales…
Cultivamos la paciencia, la espera justa, la buena actitud, y en muchos momentos, nos enfrentamos a la desesperación de ver una mente, la nuestra, que está fuera de todo control, unas emociones difíciles de gestionar.
Sin embargo, el paso de los años va dando una pátina a la experiencia de la sentada. Cada vez importa menos lo que ocurre. Simplemente, ocurre. Como si hubiésemos conectado con algo profundo y estable que no se mueve, que no tambalea con los vaivenes cotidianos de nuestro ego. Somos capaces de vivir bien el dolor y la alegría. Somos capaces de acepar aquello que en otros momentos habíamos considerado inaceptable.
Otro regalo que nos hace la meditación es el pequeño margen de libertad que vamos encontrando. Las respuestas son cada vez menos reactivas. Entre el estímulo y la respuesta está el sujeto, y ese sujeto, que somos cada uno de nosotros, tiene la capacidad de decidir, justo en ese resquicio que queda antes de actuar. Ese es nuestro margen de libertad. Poder elegir nuestra respuesta es algo que lo cambia todo. Es dejar de ser esclavos del pasado, de las historias vividas, de los prejuicios, del miedo.
Por ello es tan importante meditar en la aceptación del instante presente. Sin juicios, viendo lo que hay, porque es eso lo que está ahí. Objetivando lo que sucede, lo que nos sucede. Es ahí cuando veremos ese pequeño hueco que se crea y en el que podemos elegir entre “esto o lo otro”. Es tan fugaz, que requiere de nuestra atención plena.
Es nuestro pequeño margen de libertad.
Angels dice
Serenitat i lucidessa. Quanta veritat, com sempre gràcies Laia.😘
Laia Monserrat dice
Moltes gràcies Angels, una abraçada
José A. García dice
Buenos días Laia:
Me gustaría saber que opinas cuando una persona percibe durante la meditación, con más claridad o nitidez, sus errores del pasado. Incluso hechos que se podrían asociar al concepto del mal. Es difícil aceptar lo que tu conciencia repudia y que no sabes cómo perdonarte a ti mismo. La meditación ayuda a contemplarlo sin juzgarlo, pero eso no es nada fácil. Necesitas expiar lo que tu conciencia te recuerda como pecado según la moral cristiana que, queramos o no, forma parte de nuestra cultura.
Laia Monserrat dice
Precisamente, ese mirar el pasado sin juzgar es clave para «sanar» las emociones que genera el recuerdo. No se a qué te refieres concretamente, aunque a veces es también necesario realizar algun «acto reparador», simbólico, o más concreto.