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El jardín como símbolo

El jardín, concreto o imaginado, grande o pequeño, resumido en un balcón o incluso en una maceta o en un frasco de cristal, es símbolo de nuestra relación con la naturaleza. Esa naturaleza que nos conforma a cada uno de nosotros y, al mismo tiempo, nos rodea. Este símbolo nos hace descubrir mucho de cómo somos y en qué sociedad vivimos. También nos hace comprender cómo nos proyectamos en nuestra aventura de vivir. Incluso para quienes no tienen en su vida nada que les pueda recordar a un jardín, esa misma ausencia está significando algo importante. Las sensibilidades son distintas, desde quien no disfruta de las plantas en tiesto, como si se tratase de pájaros enjaulados y necesita encontrar la naturaleza en la tierra, en los valles y los montes, en el mar. Hasta quien no puede vivir sin llenar la casa de macetas de todos tipos porque añora esa misma naturaleza. También hay quien ama el cemento y se siente perdido en el bosque y tal vez percibe el jardín como un entorno más amable, ordenado y previsible. Los jardines han acompañado a la humanidad desde muy antiguo. Y es que ya apuntábamos maneras desde muy pronto… Los humanos, en nuestra proverbial soberbia,  estamos habituados a cambiar las condiciones naturales para llevar a cabo nuestros proyectos. Eso significa normalmente acabar con la vida autóctona e implantar un nuevo entorno reordenando los elementos. Los jardines dan fe de ello.  También los complejos industriales, o la agricultura extensiva, o las macro urbes, claro. No sé decir cuáles de los jardines clásicos son los jardines más curiosos, si los jardines franceses y los italianos, donde las plantas se colocan en parterres ordenados y rigurosamente clasificados, los ingleses, con su apariencia de salvajes y espontáneos, pero perfectamente diseñados para parecerlo, o los jardines zen, donde se impone una estética totalmente antinatural y premeditada para favorecer que los humanos mediten en un ambiente sereno… En todo caso, se arrancan las plantas autóctonas y se sustituyen por “otras más decorativas”, o incluso se trasladan o crean colinas, se crean estanques y se traen o se quitan piedras. Sin embargo, esas plantas llamadas “malas hierbas” son resistentes y, luchar contra ellas ha significado crear herbicidas que hoy sabemos que nos están matando, aunque, por suerte, las “malas hierbas” siguen creciendo. El pensamiento humano rompe, separa, divide, descuartiza para analizar y luego fabrica monstruos para intentar solucionar los problemas que surgen. Otras culturas no han sido tan destructivas como la occidental, hasta que se contagiaron de nuestros defectos y abrazaron un modelo que hoy nos tiene a todos en jaque. ¿Hay otra vía? Por supuesto que sí. Mucha gente la conoce y se esfuerza por seguirla, aunque no es fácil. Es el volver a sentirse naturaleza. Esto tan aparentemente simple, nos lleva a tratar el entorno con respeto, y a nosotros mismos también puesto que somos naturaleza. En mi experiencia personal me he visto varias veces confrontada a la experiencia del jardín. En diversos lugares, con diferentes climas y situaciones. He aprendido a respetar las plantas que surgen de forma natural. En terrenos degradados, por ejemplo, las primeras plantas que surgen se encargan de enriquecer el suelo con nitrógeno y de acolcharlo con sus raíces. Luego van apareciendo otras, y así sucesivamente hasta que el equilibrio natural se restablece. Es un proceso que requiere tiempo y eso, parece que los humanos no estamos dispuestos a aceptarlo, lo queremos todo rápido. Donde estoy ahora he sembrado flores y verduras. También he puesto frutales donde no había más que heridas en el terreno. Sin embargo, me fascina que las plantas que yo he traído se relacionen con las que van llegando solas y con las que ya estaban. Hay muros de piedra que se tapizan con adventicias de colores y formas distintas. Lavandas, margaritas y ginestas silvestres que se funden con las lavandas y el romero sembrados. Tapices de tréboles que acarician mis pies, lirios rescatados de un contenedor, rosales que aún no han florecido, pero lo harán en breve, hiedra y madreselva naturales que son la alfombra del bosque, zarzales indómitos que un día darán moras. Mirando las montañas pienso, ¿Podríamos dejar de luchar y vivir en paz? Luchamos con nosotros. Luchamos con el entorno. Luchamos con los demás.   En un viaje a Laos me enseñaron que un jardín también es un lugar donde las plantas crecen sin que las elijamos, de forma espontánea. Ellos cocinaban con las plantas recién recogidas en su jardín. Se reían de mi asombro, sabían que nosotros perdimos hace mucho tiempo esta capacidad. Nos comemos más tranquilos lo que compramos en el supermercado, cultivado con pesticidas y productos químicos y somos incapaces de reconocer las plantas comestibles en un prado. Nos hemos distanciado tanto de la naturaleza, que nos hemos perdido a nosotros mismos. El espacio que habitamos debe ser un lugar de encuentro en lo íntimo de cada uno y en cada flor. Tal vez se trata de imponer menos, quizás basta con proponer e invitar con amabilidad a cada planta a encontrar su lugar entre las demás que crecen solas. Me gusta pensar que la psicoterapia es muy similar, invitar a que cada persona que viene encuentre su lugar en sí misma y en el mundo. Nuestra relación con la naturaleza conforma nuestra psique y nuestra psique respeta o destruye la naturaleza. Hay una relación de doble vía. Debemos acercarnos con gratitud a la Vida para reencontrarnos con nosotros mismos en paz y serenidad desde la belleza de lo que es. Si buscamos salud mental, necesitamos recuperar nuestra buena relación con la naturaleza. Al igual que los pájaros cantan cuando deben cantar y callan cuando deben callar, hay un orden natural al que debemos regresar. Ahora, para volver a sentirlo, toca callar. Laia Monserrat  
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6 Comments On «El jardín como símbolo»

  1. Hola Laia,

    Gracias por tu post y lo que en él comentas. Me gustaría ver a la naturaleza como expones y explicas, pero tengo otra visión fruto de mi formación y sesgos. Pienso que las personas que perciben la naturaleza como tú son más felices y serenas. Para mí es un entorno extraño y en el que la supervivencia no es fácil. Al mismo tiempo nos muestra que es aleatorio, esto nos debería ser más prudentes y menos soberbios.

    Un abrazo

    • Querido José Antonio, creo comprender tus sesgos, como bien dices, cada uno con los suyos… La naturaleza es terrible también y asusta. Hay quien dice que por eso surgieron las sociedades complejas, para protegernos del miedo y la sensación de impotencia delante de tanta grandeza. Pero dicho esto, hay que aprender a disfrutar de lo que nos ofrece, ¡que es mucho!
      Un abrazo

  2. Ahora toca callar.
    Siempre tocó callar, ahora parece que se hace más visible o sensible esa situación. La naturaleza siempre fue nuestro lugar de encuentro y reencuentro con nosotros mismos.
    Gracias por tus reflexiones, Laia.
    Buen día!!!

  3. Oh Laia, qué texto precioso. Por circunstancias a raíz de la Pandemia, me he quedado sin mi habitual trabajo como productora de eventos y he conseguido entrar de aprendiz en un vivero de plantas y flores. Y creo que pocas cosas me hacen tan feliz como plantar, aprender y ver crecer verde. Y plantar respetando las especies autóctonas, de un modo responsable, atrayendo a insectos y pájaros que polinicen…me parece una forma maravillosa de ayudar un poco a la Naturaleza a tomar el lugar que le corresponde.
    Muchas gracias por este texto tan bonito.

    • Querida Inés, el otro día plante un rosal que se llama Inés y pensé en ti y en tu amor por el jardin. Me parece que has hecho una reconversión muy valiente. ¡Felicidades! un abrazo.

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