Tal vez porque la tarde se va oscureciendo por momentos al declinar el día, o tal vez por lo que me has contado hace un rato, o quizás por razones que no llegare a comprender, pero me ha venido a la cabeza una canción de Silvio Rodríguez que dice:
“A veces entra en el bosque un silbido veloz
que recorre fugaz la penumbra y la luz,
y los árboles fríos del bosque soy yo.
Todas las copas se postran a fin de existir:
de no hacerlo, deshechas habrían de morir.
Y ese viento que trae la muerte eres tú.”
Todos hemos sentido a veces esta fuerza destructiva traída por el otro. Pienso en desdichas personales y en grandes desdichas sociales. El agacharse para no ser arrancado de cuajo es la única opción que queda. Dejar pasar el temporal, hasta que se pueda salir de la situación no es una actitud pasiva, sino de supervivencia.
En el I Ching, el libro de sabiduría chino, se le llama el tiempo de lo pequeño. Hay que replegarse, hacerse pequeño y desaparecer.
Cuando ese viento viene de fuera, es un tiempo difícil, a veces agotador. Pero ¿qué ocurre cuando el viento viene de dentro? Cuando el “tu” del verso está mezclado con nuestro íntimo yo.
¿Dónde esconderse entonces? ¿Qué parte de mi debe hacerse pequeña? ¿Es adecuada la misma actitud?
En estos momentos es peligroso dejar gobernar nuestra nave a un viento de destrucción. Lo mejor es desactivarlo desde su origen. Para ello, hay que conocerse a sí mismo, saber cuáles son los puntos flojos, por donde puede aparecer el vendaval… y estar atentos al cielo rojizo que presagia un cambio de tiempo.
Si a pesar de esto, nos pilla el temporal en mar abierto: debemos conectarnos con un fondo más sereno, estabilizarnos, centrarnos interiormente, dejar pasar los estados de ánimo distorsionados, verlos, observarlos, nombrarlos. No tomar decisiones importantes mientras dura el estado emocional alterado. Cuando pase, seguir analizando para desentrañar el origen de esos momentos y seguir aprendiendo a desactivarlos en el inicio.
Cuando yo soy el vendaval, debo encarar el viento.
Pero encararlo desde el centramiento, desde el anclaje interior en el Hara. Desde ese centro podremos sanar los propios dolores, buscar una actitud más adecuada. Esta es la forma de sanar el alma herida para que no se convierta en viento de destrucción.
El viento con su fuerza, puede generar mucha energía muy productiva…hay que aprender.
Una habitante del sur de Francia me dijo hace tiempo, hablando del mistral, “Se tiene que aprender a hablar con el viento”. ¡Qué razón tenía!
Tal vez porque la tarde se va oscureciendo por momentos al declinar el día, o tal vez por lo que me has contado hace un rato, o quizás por razones que no llegare a comprender, pero me ha venido a la cabeza una canción de Silvio Rodríguez que dice:
“A veces entra en el bosque un silbido veloz
que recorre fugaz la penumbra y la luz,
y los árboles fríos del bosque soy yo.
Todas las copas se postran a fin de existir:
de no hacerlo, deshechas habrían de morir.
Y ese viento que trae la muerte eres tú.”
Todos hemos sentido a veces esta fuerza destructiva traída por el otro. Pienso en desdichas personales y en grandes desdichas sociales. El agacharse para no ser arrancado de cuajo es la única opción que queda. Dejar pasar el temporal, hasta que se pueda salir de la situación no es una actitud pasiva, sino de supervivencia.
En el I Ching, el libro de sabiduría chino, se le llama el tiempo de lo pequeño. Hay que replegarse, hacerse pequeño y desaparecer.
Cuando ese viento viene de fuera, es un tiempo difícil, a veces agotador. Pero ¿qué ocurre cuando el viento viene de dentro? Cuando el “tu” del verso está mezclado con nuestro íntimo yo.
¿Dónde esconderse entonces? ¿Qué parte de mi debe hacerse pequeña? ¿Es adecuada la misma actitud?
En estos momentos es peligroso dejar gobernar nuestra nave a un viento de destrucción. Lo mejor es desactivarlo desde su origen. Para ello, hay que conocerse a sí mismo, saber cuáles son los puntos flojos, por donde puede aparecer el vendaval… y estar atentos al cielo rojizo que presagia un cambio de tiempo.
Si a pesar de esto, nos pilla el temporal en mar abierto: debemos conectarnos con un fondo más sereno, estabilizarnos, centrarnos interiormente, dejar pasar los estados de ánimo distorsionados, verlos, observarlos, nombrarlos. No tomar decisiones importantes mientras dura el estado emocional alterado. Cuando pase, seguir analizando para desentrañar el origen de esos momentos y seguir aprendiendo a desactivarlos en el inicio.
Cuando yo soy el vendaval, debo encarar el viento.
Pero encararlo desde el centramiento, desde el anclaje interior en el Hara. Desde ese centro podremos sanar los propios dolores, buscar una actitud más adecuada. Esta es la forma de sanar el alma herida para que no se convierta en viento de destrucción.
El viento con su fuerza, puede generar mucha energía muy productiva…hay que aprender.
Una habitante del sur de Francia me dijo hace tiempo, hablando del mistral, “Se tiene que aprender a hablar con el viento”. ¡Qué razón tenía!
Tal vez porque la tarde se va oscureciendo por momentos al declinar el día, o tal vez por lo que me has contado hace un rato, o quizás por razones que no llegare a comprender, pero me ha venido a la cabeza una canción de Silvio Rodríguez que dice:
“A veces entra en el bosque un silbido veloz
que recorre fugaz la penumbra y la luz,
y los árboles fríos del bosque soy yo.
Todas las copas se postran a fin de existir:
de no hacerlo, deshechas habrían de morir.
Y ese viento que trae la muerte eres tú.”
Todos hemos sentido a veces esta fuerza destructiva traída por el otro. Pienso en desdichas personales y en grandes desdichas sociales. El agacharse para no ser arrancado de cuajo es la única opción que queda. Dejar pasar el temporal, hasta que se pueda salir de la situación no es una actitud pasiva, sino de supervivencia.
En el I Ching, el libro de sabiduría chino, se le llama el tiempo de lo pequeño. Hay que replegarse, hacerse pequeño y desaparecer.
Cuando ese viento viene de fuera, es un tiempo difícil, a veces agotador. Pero ¿qué ocurre cuando el viento viene de dentro? Cuando el “tu” del verso está mezclado con nuestro íntimo yo.
¿Dónde esconderse entonces? ¿Qué parte de mi debe hacerse pequeña? ¿Es adecuada la misma actitud?
En estos momentos es peligroso dejar gobernar nuestra nave a un viento de destrucción. Lo mejor es desactivarlo desde su origen. Para ello, hay que conocerse a sí mismo, saber cuáles son los puntos flojos, por donde puede aparecer el vendaval… y estar atentos al cielo rojizo que presagia un cambio de tiempo.
Si a pesar de esto, nos pilla el temporal en mar abierto: debemos conectarnos con un fondo más sereno, estabilizarnos, centrarnos interiormente, dejar pasar los estados de ánimo distorsionados, verlos, observarlos, nombrarlos. No tomar decisiones importantes mientras dura el estado emocional alterado. Cuando pase, seguir analizando para desentrañar el origen de esos momentos y seguir aprendiendo a desactivarlos en el inicio.
Cuando yo soy el vendaval, debo encarar el viento.
Pero encararlo desde el centramiento, desde el anclaje interior en el Hara. Desde ese centro podremos sanar los propios dolores, buscar una actitud más adecuada. Esta es la forma de sanar el alma herida para que no se convierta en viento de destrucción.
El viento con su fuerza, puede generar mucha energía muy productiva…hay que aprender.
Una habitante del sur de Francia me dijo hace tiempo, hablando del mistral, “Se tiene que aprender a hablar con el viento”. ¡Qué razón tenía!
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