K. G. Dürckheim decía que hablar de amor en relación con la espiritualidad era un camino fácil. Se refería a que cuando se pronuncia o se escribe la palabra amor, todos decimos ah!, si. Es cierto, es lo fundamental…. y caer en lugares comunes y fácilongos es tentador.
Sin embargo, y sin ánimo de contradecirle, pienso, siento y constato, que el amor está en el centro de la vida de muchísimas personas y muchas veces francamente en el centro de la práctica meditativa. Estoy hablando del amor como vivencia de unión, de plenitud y de don de sí. Aparece a menudo como una aspiración y se manifiesta habitualmente en su forma negativa, es decir, se padece su falta.
Quisiéramos amarnos y ser amados, sentirnos plenos, saber dar y darnos… Cuántas veces en sesiones individuales el tema central acaba siendo el desamor que se siente hacia sí mismo, que por supuesto desborda hacia el mundo y hacia los demás. Se constata que no es fácil amarse a sí mismo… y se echa de menos esa relación profunda. Ni qué decir de amar a los otros. Tampoco se sabe amar a lo Totalmente Otro, al Ser Esencial.
Es este desamor profundo lo que produce muchos de los sufrimientos de la persona. Es la causa de la soledad y del aislamiento, de la falta de confianza, de la dependencia y de las adicciones. La meditación es una escuela de vida. Es un aprendizaje que nos lleva al mismo corazón de nuestro sufrimiento y nos encara a este desamor para permitirnos sobrepasarlo y encontrar la verdadera plenitud que colma ese vacío.
Porque el desamor que se siente, el anhelo profundo de amar-se y de amar, es como la huella en la playa. Su existencia es la plasmación del pie. En lugar de quedarse mirando la huella, hay que abrirse a la presencia.
Hay que aprender la meditación del amor que nos cuida, que nos protege, que nos da fuerza, que nos hace sentir unidos internamente con nuestros diversos aspectos, con los demás y con el mundo.
Cuando estamos sentados de cara a la pared, sobre nuestro cojín negro, o bien en una silla, en silencio y en actitud de observar lo que hay en el instante presente, estamos abriendo la puerta a aprender a amarnos. Porque lo primero que tenemos que hacer para amarnos es vernos tal como somos, sin juicios ni prejuicios, con aceptación y valentía. Estos instantes en los que nos miramos de otro modo, permiten la apertura del corazón y el fluir del amor, de ese amor que no es una consecuencia del miedo y de las corazas.
El amor se aprende. A pesar de que nos parece que es algo que tiene que darse per se, no es así. Tenemos que entrenarnos en el arte de amarnos y de amar a los demás. Para ello, lo primero es ver aquello que nos impide querernos a nosotros, reconocer nuestro vacío personal. Hay que atreverse a sentarse en silencio, a verse. Este es un primer paso que nos abre hacia ese amor que fluye y se da con confianza cuando los miedos y las inseguridades ceden plaza.
Cuando esto ocurre, la experiencia es tan plena y grande, que no podemos más que sentí eso a lo que llamamos…¡amor!
K. G. Dürckheim decía que hablar de amor en relación con la espiritualidad era un camino fácil. Se refería a que cuando se pronuncia o se escribe la palabra amor, todos decimos ah!, si. Es cierto, es lo fundamental…. y caer en lugares comunes y fácilongos es tentador.
Sin embargo, y sin ánimo de contradecirle, pienso, siento y constato, que el amor está en el centro de la vida de muchísimas personas y muchas veces francamente en el centro de la práctica meditativa. Estoy hablando del amor como vivencia de unión, de plenitud y de don de sí. Aparece a menudo como una aspiración y se manifiesta habitualmente en su forma negativa, es decir, se padece su falta.
Quisiéramos amarnos y ser amados, sentirnos plenos, saber dar y darnos… Cuántas veces en sesiones individuales el tema central acaba siendo el desamor que se siente hacia sí mismo, que por supuesto desborda hacia el mundo y hacia los demás. Se constata que no es fácil amarse a sí mismo… y se echa de menos esa relación profunda. Ni qué decir de amar a los otros. Tampoco se sabe amar a lo Totalmente Otro, al Ser Esencial.
Es este desamor profundo lo que produce muchos de los sufrimientos de la persona. Es la causa de la soledad y del aislamiento, de la falta de confianza, de la dependencia y de las adicciones. La meditación es una escuela de vida. Es un aprendizaje que nos lleva al mismo corazón de nuestro sufrimiento y nos encara a este desamor para permitirnos sobrepasarlo y encontrar la verdadera plenitud que colma ese vacío.
Porque el desamor que se siente, el anhelo profundo de amar-se y de amar, es como la huella en la playa. Su existencia es la plasmación del pie. En lugar de quedarse mirando la huella, hay que abrirse a la presencia.
Hay que aprender la meditación del amor que nos cuida, que nos protege, que nos da fuerza, que nos hace sentir unidos internamente con nuestros diversos aspectos, con los demás y con el mundo.
Cuando estamos sentados de cara a la pared, sobre nuestro cojín negro, o bien en una silla, en silencio y en actitud de observar lo que hay en el instante presente, estamos abriendo la puerta a aprender a amarnos. Porque lo primero que tenemos que hacer para amarnos es vernos tal como somos, sin juicios ni prejuicios, con aceptación y valentía. Estos instantes en los que nos miramos de otro modo, permiten la apertura del corazón y el fluir del amor, de ese amor que no es una consecuencia del miedo y de las corazas.
El amor se aprende. A pesar de que nos parece que es algo que tiene que darse per se, no es así. Tenemos que entrenarnos en el arte de amarnos y de amar a los demás. Para ello, lo primero es ver aquello que nos impide querernos a nosotros, reconocer nuestro vacío personal. Hay que atreverse a sentarse en silencio, a verse. Este es un primer paso que nos abre hacia ese amor que fluye y se da con confianza cuando los miedos y las inseguridades ceden plaza.
Cuando esto ocurre, la experiencia es tan plena y grande, que no podemos más que sentí eso a lo que llamamos…¡amor!
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