Leibterapia Personal

Silencio, se escucha

Artículo publicado en la revista CuerpoMente nº 239 “Nada de lo que yo diga me enseñará nada. Para aprender, tendré que escuchar” Larry King (productor de radio, USA) Nos pasamos el día hablando. Aunque estemos solos, hablamos. Si no me cree, haga la prueba: deje un momento la revista y escuche lo que su mente está diciendo. Sus pensamientos no cesan de fluir. Lo quiera usted o no. Le guste lo que piensa o no. Constantemente nos contamos cosas a nosotros mismos. Somos seres parlantes y necesitamos comprender , analizar, memorizar, dar coherencia a las vivencias. Todo esto lo hacemos con palabras. Somos narradores natos. Nos contamos historias a nosotros mismos, a veces ciertamente alejadas de los hechos… También hablamos constantemente con los demás. Les contamos nuestras historias, lo que hemos descubierto del mundo, de nosotros, nuestros anhelos, nuestras dudas y certezas. Pedimos, damos, solicitamos, requerimos, imploramos, rechazamos…las palabras nos sirven para comunicar pensamientos y estados de ánimo. Pero todo parlante necesita alguien que le escuche. Encontrar una persona que sepa escuchar no es siempre fácil. Nos escuchamos correctamente para transmitirnos mensajes de poca importancia…y aún no siempre, solo hay que ver lo complejo que resulta transmitir ordenes simples en un entorno de trabajo… o en casa… te había dicho que… ah! Pues yo entendí que… es algo que sucede muchas veces . ¿Porque es difícil ser escuchado? ¿Recuerda usted la última vez en la que sintió que no le escuchaban con atención? ¿Cómo reacciono? ¿supo transmitir a la persona su sensación sin herirla? ¿se enfadó? ¿se calló? Nos suele resultar molesto el hecho de que alguien a quien le estamos contando algo no nos escuche con la suficiente atención. Cuando tenemos un mensaje importante que transmitir, o cuando necesitamos que alguien nos escuche porque estamos pasando momentos difíciles, encontrar a la persona adecuada, con la actitud adecuada nos es fundamental. Pero veámoslo ahora desde el otro lado. ¿Cuándo fue la última vez que escucho usted con atención total a alguien? Esto quiere decir, sin interrumpirle, con empatía, mostrándole que le entendía, interesándose de verdad por esa persona y sin querer contar rápidamente su experiencia personal o dar su punto de vista de forma precipitada. Es difícil, ¿verdad? Tanto hablar como escuchar son un arte. Un arte que se debe practicar y que merece un cuidado especial. Como en la paradoja del huevo y de la gallina, es difícil saber si fue antes el hablar o el escuchar. Pero en todo caso, lo que sí podemos afirmar es que cuando las palabras nacen del silencio, son más significativas y justas. · El silencio Como hemos visto antes, nuestra mente está llena de palabras, con un discurso constante que nos sobrepasa. No somos dueños de esta verborrea interna. Para la gran mayoría de personas, el pensamiento se ha vuelto autónomo.. La mente es una herramienta que debemos aprender a utilizar. Necesitamos conocer sus capacidades y aprender a utilizarlas. El habla justa es una de ellas. Para hablar con justeza, escuchar o ser escuchado, la primera cosa a hacer es aprender el valor del silencio. Estar en silencio es callar, pero también es estar aquietado interiormente. Esto quiere decir que el discurso interior se detiene. Cuando se logra el silencio interior, nos preparamos para hablar mejor y también para escuchar mejor. Nuestra relación con nosotros mismos mejora y nuestra relación con las personas que nos rodean también. Pero ¿Por qué tanto hablar? ¿Se han dado ustedes cuenta de que muchas veces hablamos para ocultar la inquietud o la angustia? Como los cuentos que les contamos a los niños asustados, nos contamos historias interiormente… también se las contamos a los demás. Nuestra sociedad teme el silencio, como si de él pudiese surgir algo malo. Constantemente tenemos historias-ruido que nos adormecen y nos calman, películas, televisión, deportes, periódicos, revistas, cenas con amigos, muchas cosas, que llenan nuestro tiempo y nuestra mente. Seguro que conocen a alguien que, por ejemplo, no soporta estar solo/a en casa sin poner música o tener encendida la TV. El hablar se vuelve superfluo si tan solo sirve para no sentir miedo. Lo interesante es afrontar nuestros temores, para poder vivir en la confianza y no en la evitación. En todas las tradiciones espirituales se da un gran valor al silencio y a la escucha interna. Callar, aprender a aquietarse es fundamental para abrirse a una mejor forma de vivir el día a día. Con verdadero sentido y con verdadera confianza. Hay que atreverse a ponerse en contacto con el silencio. Una vez, envié a realizar un ejercicio en el bosque a una persona de ciudad. Cuando regresó me dijo que no había podido llegar hasta el final del mismo ya que le asustaba el silencio del paraje. En realidad, esa persona proyecto sus miedos en el entorno. La ausencia de ruidos favoreció que viese toda clase de peligros. No sabía escuchar el silencio y disfrutar de él. Por cierto, ¿recuerda usted cuando fue la última vez que estuvo al lado de alguien en silencio y sintiendo que se comprendían profundamente? Las relaciones fuertes son capaces de compartir sin hablar. Como favorecer el silencio interior – Siéntate cómodamente, pero con la espalda erguida. – Respira profundamente varias veces. Es importante que relajes tus hombros, tu nuca y tu pecho. – Aquietar el cuerpo ayuda a aquietar la mente. – Observa tus pensamientos y sigue aquietando tu cuerpo, buscando una forma distendida de estar ahí presente. – Deja que tus pensamientos pasen. Esto significa que observas lo que piensas, como si observases las nubes pasar en el cielo. Date cuenta de que puedes observar lo que piensas y decidir si intervienes o dejas pasar los pensamientos. – Sigue dejando pasar los pensamientos durante al menos 20 minutos. – Es posible que al finalizar hayas experimentado una curiosa sensación de silencio, aunque sea breve. Es fácil de reconocer ya que es algo muy grato y nuevo. Aunque suele ser muy pasajero … ¡¡hay que practicar!! · Comunicación eficaz Constantemente estamos comunicando con nuestro entorno. De forma voluntaria o involuntaria, con palabras, con gestos, con actitudes. La comunicación es muy compleja y genera muchos problemas. Saber qué queremos expresar y encontrar el buen modo de hacerlo, adaptado a nuestra audiencia es todo un reto. Muchas veces no vemos que aquello que a nosotros nos parece tan claro, para los demás no lo es. También nos cuesta entender que la carga emocional de ciertas comunicaciones complique la comprensión del contenido. De forma general, podemos decir que para que la comunicación funcione, nos tiene que importar el otro. Es decir, tenemos que ser capaces de estar ahí presentes para la otra persona, sabiendo que nuestro punto de vista, nuestras experiencias, son una parte de la realidad, no toda, y que escuchar nos va a ampliar el horizonte y a proporcionar nuevos elementos para comprender mejor. No todas las conversaciones son trascendentales ni van a cambiar nuestra vida. Pero desde la conversación en la cola de la panadería hasta el decidir con nuestra pareja a donde vamos de vacaciones, nos ofrecen una ocasión para ejercitarnos en el comunicar desde nuestro ser. A veces una sonrisa y cuatro palabras nos hacen mucho bien, aunque provengan de un total desconocido, ¿no le ha ocurrido nunca?. Para que nos importen realmente los demás, tenemos que poner nuestro ego en su lugar. Es lo que los psicólogos llamamos desinflar el ego. Sería algo así como dejar de creer que somos el centro del mundo y que todo gira a nuestro alrededor. Al mismo tiempo, es también sentirnos más unidos al resto de la humanidad. Tal vez les suene algo grandilocuente, pero si lo pensamos un poco vemos que somos todos viajeros en esta nave-planeta y que todos tenemos similares sufrimientos, angustias y deseos de bienestar. Vamos a ver algunos de los puntos fundamentales para una buena comunicación: Pistas para el que escucha – Lo primero a hacer antes de que dos personas hablen, es sentirnos interesados por la persona que tenemos delante y abrirnos a ella. Nuestros gestos ya comunican de forma no verbal si estamos dispuestos al dialogo o si va a ser una conversación de sordos: una postura sin crispaciones, sin tener los brazos cruzados, una expresión acogedora que invite a la confianza, son primordiales. – Transmitir que tenemos tiempo para el otro, aunque el tiempo sean solo unos minutos, ¡en pocos minutos se puede estar muy presente y hacerlo sentir! – Adoptar una actitud de receptividad. Esto quiere decir que hay que estar atentos a nuestras propias reacciones y opiniones, a los sesgos que tenemos nosotros y que van a modular nuestra comprensión. Debemos estar ahí para la otra persona, eso implica contener , retener nuestras opiniones para poder escuchar el punto de vista del otro. – No juzgar. Si la persona que habla se siente juzgada la comunicación queda distorsionada y por supuesto, no va a sentirse comprendida. Podemos no estar de acuerdo con lo que dice, pero tenemos que hacer el esfuerzo de escuchar sin culpabilizar al otro. Atención a los gestos , muecas y miradas. – No dar consejos ni precipitarnos a resolver sus problemas. Muchas veces, cuando alguien se siente escuchado, va encontrando por si mismo ideas que le ayudan. Otras veces, el simple hecho de expresar en voz alta emociones o pensamientos, ya ayuda a clarificarlos. – De tanto en tanto, debemos dar signos a la persona que habla de que la comprendemos. Podemos asentir o reformular alguna frase o idea. Estar frente a alguien que no dice absolutamente nada y no da ningún signo de comprensión puede resultar francamente muy desagradable. ¿A que le ha ocurrido alguna vez? – Solo cuando la persona nos lo pida, expresarle nuestros puntos de vista, de forma respetuosa, aceptando que la misma realidad se puede ver de maneras distintas y esto puede enriquecer las relaciones. Pistas para el que habla – Clarificar el mensaje que se desea transmitir . Tan solo con el pararse un momento a organizar lo que queremos decir, ya estamos haciendo una gran labor. – En las conversaciones en las que quien nos escucha está concernido con lo que queremos contar, preferentemente expresarse desde lo que se siente, diciendo “yo siento, yo creo, a mi me parece, yo necesito”. Esto permite a la otra persona sentir que no la amenazamos. Por ejemplo: “Necesito que hablemos de la organización del armario ropero. Para mí sería más cómodo que mis jerséis estén en el estante de abajo, me facilitaría el acceso, ya que soy más baja que tu. ¿Te parece bien poner los tuyos en el de arriba?” – No monopolizar a la otra persona ni abusar de su deseo de escucha. ¡Todo tiene un límite! Saber qué se quiere decir al otro no siempre es fácil,. En el ejemplo de los jerséis es relativamente simple, pero se podría complicar si el otro sintiese que le estamos exigiendo que modifique la organización de su ropa por un capricho nuestro. Comunicar sentimientos o carencias suele ser complejo y requiere un esfuerzo previo de clarificación personal. Este ejercicio que cada uno debe realizar consigo mismo debe empezar por acallarse internamente, es decir, ir al origen de lo que se siente y se necesita expresar. Para ello, hay que silenciarse antes de hablar. Mejor aún, hay que silenciarse antes de pensar en ello, pues como decíamos más arriba, nuestra mente es un instrumento que pocas veces sabemos usar de forma correcta. Si la comunicación parte del temor o de la desconfianza, si se basa en la inseguridad, las expresiones son muchas veces injustas y generan más problemas añadidos a los que ya puede haber. El psicólogo Carl G. Jung decía que cuando dos personas hablan, en realidad hay seis personas que están hablando: aquellos que creen ser, el que cada uno piensa que es el otro y aquel que realmente son. ¡Vaya lío! ¿no les parece? · La escucha terapéutica Cuando necesitamos hablar de nuestros problemas, normalmente acudimos a los amigos. Ellos nos escuchan con paciencia y amor. Para situaciones normales esto basta. Nos reconforta el poder compartir nuestros dolores, expresarlos en voz alta y ser reforzados con palabras de apoyo. También ayuda a clarificar las cosas el decirlas en voz alta y oír el retorno que nos hace otra persona. Hay otras circunstancias en las que esto no basta. Tal vez porque no queremos cargar a las personas queridas con problemas que nos pertenecen, tal vez porque no nos sentimos escuchados o tal vez, y esto es importante, porque el hablarlo con las personas con las que habitualmente hablamos no hace más que reforzar y mantener el círculo cerrado en el que estamos y en realidad no nos ayuda. En estos momentos es bueno poder encontrar una persona exterior que escucha de forma terapéutica. La escucha terapéutica es la escucha por parte de un profesional, preferentemente psicólogo, que va a permitirnos desenmarañar nuestros pensamientos y nuestras emociones. En los casos necesarios, en los que el nudo interior se ha anquilosado, el psicólogo tendrá las herramientas para un dialogo curativo. Les invito a leer por ejemplo, sobre las técnicas de Milton Ericson, gran terapeuta que curaba contando historias a sus pacientes. Ericson empezaba por escuchar a sus pacientes. Sintonizaba con la persona, empatizaba con ella y comprendía sus necesidades . Muchas veces, inventaba una historia adecuada a la problemática de la persona y se la contaba utilizando las técnicas de hipnosis naturalista (llamada también ericsoniana), es decir, modulando la voz de forma a que quien le escuchaba lo hiciese de la forma más receptiva posible. No hay nada mejor frente al sufrimiento del alma, que ser escuchado y comprendido.


Artículo publicado en la revista CuerpoMente nº 239


“Nada de lo que yo diga me enseñará nada. Para aprender, tendré que escuchar” Larry King (productor de radio, USA)


Nos pasamos el día hablando. Aunque estemos solos, hablamos. Si no me cree, haga la prueba: deje un momento la revista y escuche lo que su mente está diciendo. Sus pensamientos no cesan de fluir. Lo quiera usted o no. Le guste lo que piensa o no.


Constantemente nos contamos cosas a nosotros mismos. Somos seres parlantes y necesitamos comprender , analizar, memorizar, dar coherencia a las vivencias. Todo esto lo hacemos con palabras. Somos narradores natos. Nos contamos historias a nosotros mismos, a veces ciertamente alejadas de los hechos…


También hablamos constantemente con los demás. Les contamos nuestras historias, lo que hemos descubierto del mundo, de nosotros, nuestros anhelos, nuestras dudas y certezas. Pedimos, damos, solicitamos, requerimos, imploramos, rechazamos…las palabras nos sirven para comunicar pensamientos y estados de ánimo.


Pero todo parlante necesita alguien que le escuche. Encontrar una persona que sepa escuchar no es siempre fácil.


Nos escuchamos correctamente para transmitirnos mensajes de poca importancia…y aún no siempre, solo hay que ver lo complejo que resulta transmitir ordenes simples en un entorno de trabajo… o en casa… te había dicho que… ah! Pues yo entendí que… es algo que sucede muchas veces .


¿Porque es difícil ser escuchado?  ¿Recuerda usted la última vez en la que sintió que no le escuchaban con atención? ¿Cómo reacciono? ¿supo transmitir a la persona su sensación sin herirla? ¿se enfadó? ¿se calló?


Nos suele resultar molesto el hecho de que alguien a quien le estamos contando algo no nos escuche con la suficiente atención. Cuando tenemos un mensaje importante que transmitir, o cuando necesitamos que alguien nos escuche porque estamos pasando momentos difíciles, encontrar a la persona adecuada, con la actitud adecuada nos es fundamental.


Pero veámoslo ahora desde el otro lado. ¿Cuándo fue la última vez que escucho usted con atención total a alguien? Esto quiere decir, sin interrumpirle, con empatía, mostrándole que le entendía, interesándose de verdad por esa persona y sin querer contar rápidamente su experiencia personal o dar su punto de vista de forma precipitada. Es difícil, ¿verdad?


Tanto hablar como escuchar son un arte. Un arte que se debe practicar y que merece un cuidado especial.


Como en la paradoja del huevo y de la gallina, es difícil saber si fue antes el hablar o el escuchar. Pero en todo caso, lo que sí podemos afirmar es que cuando las palabras nacen del silencio, son más significativas y justas.




·         El silencio


Como hemos visto antes, nuestra mente está llena de palabras, con un discurso constante que nos sobrepasa. No somos dueños de esta verborrea interna. Para la gran mayoría de personas, el pensamiento se ha vuelto autónomo..


La mente es una herramienta que debemos aprender a utilizar. Necesitamos conocer sus capacidades y aprender a utilizarlas. El habla justa es una de ellas.


Para hablar con justeza, escuchar o ser escuchado, la primera cosa a hacer es aprender el valor del silencio. Estar en silencio es callar, pero también es estar aquietado interiormente. Esto quiere decir que el discurso interior se detiene.

Cuando se logra el silencio interior, nos preparamos para hablar mejor y también para escuchar mejor. Nuestra relación con nosotros mismos mejora y nuestra relación con las personas que nos rodean también.


Pero ¿Por qué tanto hablar? ¿Se han dado ustedes cuenta de que muchas veces hablamos para ocultar la inquietud o la angustia? Como los cuentos que les contamos a los niños asustados, nos contamos historias interiormente… también se las contamos a los demás. Nuestra sociedad teme el silencio, como si de él pudiese surgir algo malo. Constantemente tenemos historias-ruido que nos adormecen y nos calman, películas, televisión, deportes, periódicos, revistas, cenas con amigos, muchas cosas, que llenan nuestro tiempo y nuestra mente.  Seguro que conocen a alguien que, por ejemplo, no soporta estar solo/a en casa sin poner música o tener encendida la TV.


El hablar se vuelve superfluo si tan solo sirve para no sentir miedo. Lo interesante es afrontar nuestros temores, para poder vivir en la confianza y no en la evitación.


En todas las tradiciones espirituales se da un gran valor al silencio y a la escucha interna. Callar, aprender a aquietarse es fundamental para abrirse a una mejor forma de vivir el día a día. Con verdadero sentido y con verdadera confianza.  Hay que atreverse a ponerse en contacto con el silencio.


Una vez, envié a realizar un ejercicio en el bosque a una persona de ciudad. Cuando regresó me dijo que no había podido llegar hasta el final del mismo ya que le asustaba el silencio del paraje. En realidad, esa persona proyecto sus miedos en el entorno. La ausencia de ruidos favoreció que viese toda clase de peligros. No sabía escuchar el silencio y disfrutar de él.


Por cierto, ¿recuerda usted cuando fue la última vez que estuvo al lado de alguien en silencio y sintiendo que se comprendían profundamente? Las relaciones fuertes son capaces de compartir sin hablar.


Como favorecer el silencio interior

          Siéntate cómodamente, pero con la espalda erguida.

          Respira profundamente varias veces. Es importante que relajes tus hombros, tu nuca y tu pecho.

          Aquietar el cuerpo ayuda a aquietar la mente.

          Observa tus pensamientos y sigue aquietando tu cuerpo, buscando una forma distendida de estar ahí presente.

          Deja que tus pensamientos pasen. Esto significa que observas lo que piensas, como si observases las nubes pasar en el cielo. Date cuenta de que puedes observar lo que piensas y decidir si intervienes o dejas pasar los pensamientos.

          Sigue dejando pasar los pensamientos durante al menos 20 minutos.

          Es posible que al finalizar hayas experimentado una curiosa sensación de silencio, aunque sea breve.  Es fácil de reconocer ya que es algo muy grato y nuevo. Aunque suele ser muy pasajero … ¡¡hay que practicar!!



·         Comunicación eficaz


Constantemente estamos comunicando con nuestro entorno. De forma voluntaria o involuntaria, con palabras, con gestos, con actitudes.


La comunicación es muy compleja y genera muchos problemas. Saber qué queremos expresar y encontrar el buen modo de hacerlo, adaptado a nuestra audiencia es todo un reto. Muchas veces no vemos que aquello que a nosotros nos parece tan claro, para los demás no lo es. También nos cuesta entender que la carga emocional de ciertas comunicaciones complique la comprensión del contenido.


De forma general, podemos decir que para que la comunicación funcione, nos tiene que importar el otro. Es decir, tenemos que ser capaces de estar ahí presentes para la otra persona, sabiendo que nuestro punto de vista, nuestras experiencias, son una parte de la realidad, no toda, y que escuchar nos va a ampliar el horizonte y a proporcionar nuevos elementos para comprender mejor.


No todas las conversaciones son trascendentales ni van a cambiar nuestra vida. Pero desde la conversación en la cola de la panadería hasta el decidir con nuestra pareja a donde vamos de vacaciones, nos ofrecen una ocasión para ejercitarnos en el comunicar desde nuestro ser. A veces una sonrisa y cuatro palabras nos hacen mucho bien, aunque provengan de un total desconocido, ¿no le ha ocurrido nunca?.


Para que nos importen realmente los demás, tenemos que poner nuestro ego en su lugar. Es lo que los psicólogos llamamos desinflar el ego. Sería algo así como dejar de creer que somos el centro del mundo y que todo gira a nuestro alrededor. Al mismo tiempo, es también sentirnos más unidos al resto de la humanidad. Tal vez les suene algo grandilocuente, pero si lo pensamos un poco vemos que somos todos viajeros en esta nave-planeta y que todos tenemos similares sufrimientos, angustias y deseos de bienestar.


Vamos a ver algunos de los puntos fundamentales para una buena comunicación:


Pistas para el que escucha

          Lo primero a hacer antes de que dos personas hablen, es sentirnos interesados por la persona que tenemos delante y abrirnos a ella. Nuestros gestos ya comunican de forma no verbal si estamos dispuestos al dialogo o si va a ser una conversación de sordos: una postura sin crispaciones, sin tener los brazos cruzados, una expresión acogedora que invite a la confianza, son primordiales.

          Transmitir que tenemos tiempo para el otro, aunque el tiempo sean solo unos minutos, ¡en pocos minutos se puede estar muy presente y hacerlo sentir!

          Adoptar una actitud de receptividad. Esto quiere decir que hay que estar atentos a nuestras propias reacciones y opiniones, a los sesgos que tenemos nosotros y que van a modular nuestra comprensión. Debemos estar ahí para la otra persona, eso implica contener , retener nuestras opiniones para poder escuchar el punto de vista del otro.

          No juzgar. Si la persona que habla se siente juzgada la comunicación queda distorsionada y por supuesto, no va a sentirse comprendida. Podemos no estar de acuerdo con lo que dice, pero tenemos que hacer el esfuerzo de escuchar sin culpabilizar al otro. Atención a los gestos , muecas y miradas.

          No dar consejos ni precipitarnos a resolver sus problemas. Muchas veces, cuando alguien se siente escuchado, va encontrando por si mismo ideas que le ayudan. Otras veces, el simple hecho de expresar en voz alta emociones o pensamientos, ya ayuda a clarificarlos.

          De tanto en tanto, debemos dar signos a la persona que habla de que la comprendemos. Podemos asentir o reformular alguna frase o idea. Estar frente a alguien que no dice absolutamente nada y no da ningún signo de comprensión puede resultar francamente muy desagradable. ¿A que le ha ocurrido alguna vez?

          Solo cuando la persona nos lo pida, expresarle nuestros puntos de vista, de forma respetuosa, aceptando que la misma realidad se puede ver de maneras distintas y esto puede enriquecer las relaciones.


Pistas para el que habla

          Clarificar el mensaje que se desea transmitir . Tan solo con el pararse un momento a organizar lo que queremos decir, ya estamos haciendo una gran labor.

          En las conversaciones en las que quien nos escucha está concernido con lo que queremos contar, preferentemente expresarse desde lo que se siente, diciendo “yo siento, yo creo,  a mi me parece, yo necesito”. Esto permite a la otra persona sentir que no la amenazamos. Por ejemplo: “Necesito que hablemos de la organización del armario ropero. Para mí sería más cómodo que mis jerséis estén en el estante de abajo, me facilitaría el acceso, ya que soy más baja que tu. ¿Te parece bien poner los tuyos en el de arriba?”

          No monopolizar a la otra persona ni abusar de su deseo de escucha. ¡Todo tiene un límite!


Saber qué se quiere decir al otro no siempre es fácil,. En el ejemplo de los jerséis es relativamente simple, pero se podría complicar si el otro sintiese que le estamos exigiendo que modifique la organización de su ropa por un capricho nuestro. Comunicar sentimientos o carencias suele ser complejo y requiere un esfuerzo previo de clarificación personal. Este ejercicio que cada uno debe realizar consigo mismo debe empezar por acallarse internamente, es decir, ir al origen de lo que se siente y se necesita expresar. Para ello, hay que silenciarse antes de hablar. Mejor aún, hay que silenciarse antes de pensar en ello, pues como decíamos más arriba, nuestra mente es un instrumento que pocas veces sabemos usar de forma correcta.


Si la comunicación parte del temor o de la desconfianza, si se basa en la inseguridad, las expresiones son muchas veces injustas y generan más problemas añadidos a los que ya puede haber.


El psicólogo Carl G. Jung decía que cuando dos personas hablan, en realidad hay seis personas que están hablando: aquellos que creen ser, el que cada uno piensa que es el otro y aquel que realmente son. ¡Vaya lío! ¿no les parece?


·         La escucha terapéutica


Cuando necesitamos hablar de nuestros problemas, normalmente acudimos a los amigos. Ellos nos escuchan con paciencia y amor. Para situaciones normales esto basta. Nos reconforta el poder compartir nuestros dolores, expresarlos en voz alta y ser reforzados con palabras de apoyo. También ayuda a clarificar las cosas el decirlas en voz alta y oír el retorno que nos hace  otra persona.


Hay otras circunstancias en las que esto no basta. Tal vez porque no queremos cargar a las personas queridas con problemas que nos pertenecen, tal vez porque no nos sentimos escuchados o tal vez, y esto es importante, porque el hablarlo con las personas con las que habitualmente hablamos no hace más que reforzar y mantener el círculo cerrado en el que estamos y en realidad no nos ayuda.  En estos momentos es bueno poder encontrar una persona exterior que escucha de forma terapéutica.


La escucha terapéutica es la escucha por parte de un profesional, preferentemente psicólogo, que va a permitirnos desenmarañar nuestros pensamientos y nuestras emociones. En los casos necesarios, en los que el nudo interior se ha anquilosado, el psicólogo tendrá las herramientas para un dialogo curativo. Les invito a leer por ejemplo, sobre las técnicas de Milton Ericson, gran terapeuta que curaba contando historias a sus pacientes. Ericson empezaba por escuchar a sus pacientes. Sintonizaba con la persona, empatizaba con ella y comprendía sus necesidades . Muchas veces, inventaba una historia adecuada a la problemática de la persona y se la contaba utilizando las técnicas de hipnosis naturalista (llamada también ericsoniana), es decir, modulando la voz de forma a que quien le escuchaba lo hiciese de la forma más receptiva posible.


No hay nada mejor frente al sufrimiento del alma, que ser escuchado y comprendido.




Categoría :

Leibterapia Personal

Compartir :

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Posts Relacionados
Abrir chat
1
Escanea el código
Hola! Soy Laia. Cuéntame, ¿cómo podría ayudarte?
Laia Monserrat - contacto - flor amarilla
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.