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crismeditaciópost El otro día veía la gran pena de los cofrades de Sevilla y demás ciudades españolas al no poder sacar a pasear a sus vírgenes y cristos a causa de la lluvia. Y recordaba los versos cantados por Serrat sobre la saeta y este ritual anual que tan lejos me queda. Hay veces en las que envidio el poder creer que algo más grande y más fuerte va a cuidar de mi. Ese padre lejano y cercano al mismo tiempo, ese hijo y ese espíritu que se expresan en bondad y no veo. Ciegos están mis ojos seguramente. Pero cuando miro la cruz y su imagen de dolor pienso, “ese maravilloso hombre asumió el dolor de toda la humanidad, sufrió por todos, expió los pecados de todos…y ¿qué ha cambiado?” Estos días estoy hablando con gente que no practica meditación, que no se preocupa especialmente de seguir ningún camino de crecimiento personal, que no tienen como prioridad el “conócete a ti mismo”. Y veo que es más de lo mismo. Una y otra vez, más de lo mismo. La culpa de todo la tienen los demás, situaciones que se repiten ad infinitum… y a escala social y planetaria, si me lo permitís, también…más de lo mismo. Me gustaría salir a gritar “cada cual coja su cruz y avance en su camino personal, en su calvario y en su liberación. Porque ya está bien de esperar que nos saquen de apuros, que nos digan qué hacer, cómo actuar, cómo vivir, cómo sufrir e incluso cómo pasar las vacaciones y el tiempo libre” Pero la razón vuelve a mí y me conformo con escribir este post que tan solo unos pocos leeréis, y seguramente estaréis de acuerdo más o menos con lo que en el digo. Y nos quedaremos en este círculo de personas que ya sabemos esto, que lo tenemos claro…y los demás, seguirán llorando a su Cristo, esperando que él pueda cambiarles la vida. Buda no quiso la iluminación total. O todos o ninguno. Estamos indiscutiblemente unidos en evolución y vida. Y sin embargo, y sin embargo… “Nosotros”, los que meditamos, los que nos arriesgamos a conocernos, no somos mejores que aquellos que no buscan su crecimiento y la iluminación de su conciencia. No. Pero si tan solo pudiésemos compartir con ellos esa llama que buscan fuera y decirles que la tienen en su interior, que es suya por naturaleza, que nadie se la va a dar, que les pertenece por existir. Si pudiésemos contarles que el paraíso o lo tenemos aquí o en ninguna parte, que el más maravilloso de los amores o lo encontramos aquí y ahora, en todas las miradas y en todos los gestos, o nos quedamos secos por falta de amor. Si pudiéramos expresarles que tan solo nos separan los temores, que ellos están en la base de la mayor parte de nuestros males; que en realidad, el vacio interior que sienten buscan colmarlo desde su exterior cuando es en su propio interior donde van a encontrar lo único que lo puede llenar. Nos necesitamos los unos a los otros. Por más solitarios, independientes o autosuficientes que seamos. Nos necesitamos todos a todos. Y no hacemos más que luchar los unos contra los otros. Separarnos por incomprensión, por dolor, por temor. Y ese Cristo sangrando infinitamente. Sin poder curar sus heridas, constantemente abiertas y dolientes. Dos mil años y nadie le escucha. Solo algunos lloran en Semana Santa. Llueve en la península. Llueve en el planeta, en todas partes, excepto en Canarias. Y a mí solo me consuela el “Hágase Tu voluntad, Ser Esencial que me habitas. Más allá de mis incomprensiones y de mi falta de visión, Hágase Tu Voluntad”, porque mi razón no comprende y mi corazón aún no sabe amar más.

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El otro día veía la gran pena de los cofrades de Sevilla y demás ciudades españolas al no poder sacar a pasear a sus vírgenes y cristos a causa de la lluvia. Y recordaba los versos cantados por Serrat sobre la saeta y este ritual anual que tan lejos me queda.
Hay veces en las que envidio el poder creer que algo más grande y más fuerte va a cuidar de mi. Ese padre lejano y cercano al mismo tiempo, ese hijo y ese espíritu que se expresan en bondad y no veo. Ciegos están mis ojos seguramente. Pero cuando miro la cruz y su imagen de dolor pienso, “ese maravilloso hombre asumió el dolor de toda la humanidad, sufrió por todos, expió los pecados de todos…y ¿qué ha cambiado?”
Estos días estoy hablando con gente que no practica meditación, que no se preocupa especialmente de seguir ningún camino de crecimiento personal, que no tienen como prioridad el “conócete a ti mismo”. Y veo que es más de lo mismo. Una y otra vez, más de lo mismo. La culpa de todo la tienen los demás, situaciones que se repiten ad infinitum… y a escala social y planetaria, si me lo permitís, también…más de lo mismo.
Me gustaría salir a gritar “cada cual coja su cruz y avance en su camino personal, en su calvario y en su liberación. Porque ya está bien de esperar que nos saquen de apuros, que nos digan qué hacer, cómo actuar, cómo vivir, cómo sufrir e incluso cómo pasar las vacaciones y el tiempo libre”
Pero la razón vuelve a mí y me conformo con escribir este post que tan solo unos pocos leeréis, y seguramente estaréis de acuerdo más o menos con lo que en el digo. Y nos quedaremos en este círculo de personas que ya sabemos esto, que lo tenemos claro…y los demás, seguirán llorando a su Cristo, esperando que él pueda cambiarles la vida.
Buda no quiso la iluminación total. O todos o ninguno. Estamos indiscutiblemente unidos en evolución y vida. Y sin embargo, y sin embargo…
“Nosotros”, los que meditamos, los que nos arriesgamos a conocernos, no somos mejores que aquellos que no buscan su crecimiento y la iluminación de su conciencia. No.
Pero si tan solo pudiésemos compartir con ellos esa llama que buscan fuera y decirles que la tienen en su interior, que es suya por naturaleza, que nadie se la va a dar, que les pertenece por existir.
Si pudiésemos contarles que el paraíso o lo tenemos aquí o en ninguna parte, que el más maravilloso de los amores o lo encontramos aquí y ahora, en todas las miradas y en todos los gestos, o nos quedamos secos por falta de amor.
Si pudiéramos expresarles que tan solo nos separan los temores, que ellos están en la base de la mayor parte de nuestros males; que en realidad, el vacio interior que sienten buscan colmarlo desde su exterior cuando es en su propio interior donde van a encontrar lo único que lo puede llenar.
Nos necesitamos los unos a los otros. Por más solitarios, independientes o autosuficientes que seamos. Nos necesitamos todos a todos. Y no hacemos más que luchar los unos contra los otros. Separarnos por incomprensión, por dolor, por temor.

Y ese Cristo sangrando infinitamente. Sin poder curar sus heridas, constantemente abiertas y dolientes. Dos mil años y nadie le escucha. Solo algunos lloran en Semana Santa. Llueve en la península. Llueve en el planeta, en todas partes, excepto en Canarias.
Y a mí solo me consuela el “Hágase Tu voluntad, Ser Esencial que me habitas. Más allá de mis incomprensiones y de mi falta de visión, Hágase Tu Voluntad”, porque mi razón no comprende y mi corazón aún no sabe amar más.

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El otro día veía la gran pena de los cofrades de Sevilla y demás ciudades españolas al no poder sacar a pasear a sus vírgenes y cristos a causa de la lluvia. Y recordaba los versos cantados por Serrat sobre la saeta y este ritual anual que tan lejos me queda.
Hay veces en las que envidio el poder creer que algo más grande y más fuerte va a cuidar de mi. Ese padre lejano y cercano al mismo tiempo, ese hijo y ese espíritu que se expresan en bondad y no veo. Ciegos están mis ojos seguramente. Pero cuando miro la cruz y su imagen de dolor pienso, “ese maravilloso hombre asumió el dolor de toda la humanidad, sufrió por todos, expió los pecados de todos…y ¿qué ha cambiado?”
Estos días estoy hablando con gente que no practica meditación, que no se preocupa especialmente de seguir ningún camino de crecimiento personal, que no tienen como prioridad el “conócete a ti mismo”. Y veo que es más de lo mismo. Una y otra vez, más de lo mismo. La culpa de todo la tienen los demás, situaciones que se repiten ad infinitum… y a escala social y planetaria, si me lo permitís, también…más de lo mismo.
Me gustaría salir a gritar “cada cual coja su cruz y avance en su camino personal, en su calvario y en su liberación. Porque ya está bien de esperar que nos saquen de apuros, que nos digan qué hacer, cómo actuar, cómo vivir, cómo sufrir e incluso cómo pasar las vacaciones y el tiempo libre”
Pero la razón vuelve a mí y me conformo con escribir este post que tan solo unos pocos leeréis, y seguramente estaréis de acuerdo más o menos con lo que en el digo. Y nos quedaremos en este círculo de personas que ya sabemos esto, que lo tenemos claro…y los demás, seguirán llorando a su Cristo, esperando que él pueda cambiarles la vida.
Buda no quiso la iluminación total. O todos o ninguno. Estamos indiscutiblemente unidos en evolución y vida. Y sin embargo, y sin embargo…
“Nosotros”, los que meditamos, los que nos arriesgamos a conocernos, no somos mejores que aquellos que no buscan su crecimiento y la iluminación de su conciencia. No.
Pero si tan solo pudiésemos compartir con ellos esa llama que buscan fuera y decirles que la tienen en su interior, que es suya por naturaleza, que nadie se la va a dar, que les pertenece por existir.
Si pudiésemos contarles que el paraíso o lo tenemos aquí o en ninguna parte, que el más maravilloso de los amores o lo encontramos aquí y ahora, en todas las miradas y en todos los gestos, o nos quedamos secos por falta de amor.
Si pudiéramos expresarles que tan solo nos separan los temores, que ellos están en la base de la mayor parte de nuestros males; que en realidad, el vacio interior que sienten buscan colmarlo desde su exterior cuando es en su propio interior donde van a encontrar lo único que lo puede llenar.
Nos necesitamos los unos a los otros. Por más solitarios, independientes o autosuficientes que seamos. Nos necesitamos todos a todos. Y no hacemos más que luchar los unos contra los otros. Separarnos por incomprensión, por dolor, por temor.

Y ese Cristo sangrando infinitamente. Sin poder curar sus heridas, constantemente abiertas y dolientes. Dos mil años y nadie le escucha. Solo algunos lloran en Semana Santa. Llueve en la península. Llueve en el planeta, en todas partes, excepto en Canarias.
Y a mí solo me consuela el “Hágase Tu voluntad, Ser Esencial que me habitas. Más allá de mis incomprensiones y de mi falta de visión, Hágase Tu Voluntad”, porque mi razón no comprende y mi corazón aún no sabe amar más.

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