Presencia Zen

Pues ¿qué pasa?… ¡a mí me gustan mis arrugas!

Pensareis que me he vuelto loca. Pero más bien creo que nuestra sociedad es la que se ha salido de madre. Cuando veo las publicidades que nos agreden constantemente con cuerpos de talla 34, anoréxicas, rostros adolescentes y retoques de photoshop…no puedo más que mirarme en el espejo y decirme a mí misma…. ¡guapa! La primera arruga que apareció en mi rostro me asustó. No estaba preparada. Ahora, cuando compro crema y me dicen que yo no tengo arrugas, sino líneas de expresión, me río mucho (y esto hace que mis arrugas aumenten día a día….¡qué le vamos a hacer!). ¿De qué serviría vivir si no quedase ningún rastro de ello? ¿De qué nos va a servir pasar años y años en este planeta si no quedan huellas en nosotr@? La experiencia en el alma y en el vivir, se fija también en forma de arrugas. Es un proceso natural. Nuestro cuerpo cambia con la edad. Se desgasta, se ensancha, se seca. Cada cual vive transformaciones un poco distintas, pero transformaciones. Poco podemos hacer ante el desgaste de los materiales. Aunque nos cuidemos con la alimentación, respirando un aire puro, haciendo deporte, teniendo una vida emocionalmente satisfactoria… cambiamos. Y no. No cambiamos a algo que nos parece mejor. Sino que cambiamos a algo que suena más bien a perdida. Y es aquí donde radica el gran problema para todos, hombres y mujeres. La perversidad de nuestra sociedad es que se ha pasado de considerar a las personas mayores como fuente de sabiduría y experiencia, a considerarlas como algo decrépito a ocultar. Las residencias de ancianos se encargan de congregar a las huestes de personas ancianas que no pueden vivir con su familia por falta de espacio y de interés. Hay un salto entre la “joven persona jubilada” y el “anciano que debe estar en una residencia”. Hay un abandono social de esta etapa de vida. Nadie quiere saber nada. Seguimos mirando fotos de jovenzuelas y mozalbetes en el albor de la vida y ocultando lo que todos tarde o temprano llegaremos a tener que confrontar. En las fotos de algunas de esas modelos de revista, se adivina una decrepitud del alma, que parece surgir más allá de los años que tenga, más allá de la ropa de marca que luce. Es algo realmente feo, por asincrónico y fuera de lugar, que saca sus fauces, como una sombra que se ríe de los intentos publicitarios y sociales por ocultar la “no juventud”. Su extrema delgadez y su mirada más bien triste, recuerda a aquellas personas que están al final de sus vidas, con el cuerpo cansado y gastado, habiendo vivido una vida que les parece sin sentido. A veces pienso que la sombra colectiva se expresa en estas pobres chicas, que buscando el glamour y el ser queridas y admiradas, nos muestran el rostro de la cara oculta, de la que se quería huir. No debemos dejarnos atrapar en todo este montaje. Envejecer es natural, forma parte del proceso del vivir. Perdemos cosas y ganamos otras. Perdemos un cuerpo joven y ganamos en experiencia de vida y en capacidad de comprensión y sentido. La madurez y la vejez pueden ser etapas muy plenas y muy bonitas a condición de vivirlas aceptando ese cambio del que venimos hablando, que es perdida y sacando provecho de lo que hemos acumulado de bueno. Son momentos de vida en los que vivir plenamente la espiritualidad, el dar, el compartir. Para poder vivir así el paso del tiempo es importante que vivamos nuestras vidas lo más plenamente posible. Que cuando miremos los surcos que se van formando en nuestra piel, veamos que son debidos a gestos de felicidad, no a muecas de rabia, de dolor! La felicidad crea unas arrugas y la amargura crea otras. La felicidad se expresa en un rostro, abierto y cálido. La amargura cierra las facciones y las endurece. Mi consejo para ser un@ viej@s guap@s y radiantes no es gastarse mucho dinero en cremas…solo lo necesario para nutrir la piel. Mi consejo es realmente, ser felices, disfrutar de la vida, amar, amarse, desplegar todo el potencial creativo y espiritual en el día a día. De este modo, las arrugas serán bellas, porque serán la expresión de un gesto de bienestar. No nos queda otra que arrugarnos. ¡Pues arruguémonos de placer, de risa, de plenitud! Que no nos roben la expresión ni la vida. ¡¡Que se queden con su botox inexpresivo, sus labios y pechos insensibles y retocados!! Tu sonrisa vale mil veces más que todo eso. Y una sonrisa no se puede crear con Photoshop… Porque … hay vida antes de la muerte. Y solo nosotr@s hemos de decidir si la vivimos o si la dejamos escapar. Yo, personalmente, quiero morirme arrugada como una pasa de tanto reír. Anda, ahora mírate al espejo y dite ¡Guap@! Pensareis que me he vuelto loca. Pero más bien creo que nuestra sociedad es la que se ha salido de madre. Cuando veo las publicidades que nos agreden constantemente con cuerpos de talla 34, anoréxicas, rostros adolescentes y retoques de photoshop…no puedo más que mirarme en el espejo y decirme a mí misma…. ¡guapa! La primera arruga que apareció en mi rostro me asustó. No estaba preparada. Ahora, cuando compro crema y me dicen que yo no tengo arrugas, sino líneas de expresión, me río mucho (y esto hace que mis arrugas aumenten día a día….¡qué le vamos a hacer!). ¿De qué serviría vivir si no quedase ningún rastro de ello? ¿De qué nos va a servir pasar años y años en este planeta si no quedan huellas en nosotr@? La experiencia en el alma y en el vivir, se fija también en forma de arrugas. Es un proceso natural. Nuestro cuerpo cambia con la edad. Se desgasta, se ensancha, se seca. Cada cual vive transformaciones un poco distintas, pero transformaciones. Poco podemos hacer ante el desgaste de los materiales. Aunque nos cuidemos con la alimentación, respirando un aire puro, haciendo deporte, teniendo una vida emocionalmente satisfactoria… cambiamos. Y no. No cambiamos a algo que nos parece mejor. Sino que cambiamos a algo que suena más bien a perdida. Y es aquí donde radica el gran problema para todos, hombres y mujeres. La perversidad de nuestra sociedad es que se ha pasado de considerar a las personas mayores como fuente de sabiduría y experiencia, a considerarlas como algo decrépito a ocultar. Las residencias de ancianos se encargan de congregar a las huestes de personas ancianas que no pueden vivir con su familia por falta de espacio y de interés. Hay un salto entre la “joven persona jubilada” y el “anciano que debe estar en una residencia”. Hay un abandono social de esta etapa de vida. Nadie quiere saber nada. Seguimos mirando fotos de jovenzuelas y mozalbetes en el albor de la vida y ocultando lo que todos tarde o temprano llegaremos a tener que confrontar. En las fotos de algunas de esas modelos de revista, se adivina una decrepitud del alma, que parece surgir más allá de los años que tenga, más allá de la ropa de marca que luce. Es algo realmente feo, por asincrónico y fuera de lugar, que saca sus fauces, como una sombra que se ríe de los intentos publicitarios y sociales por ocultar la “no juventud”. Su extrema delgadez y su mirada más bien triste, recuerda a aquellas personas que están al final de sus vidas, con el cuerpo cansado y gastado, habiendo vivido una vida que les parece sin sentido. A veces pienso que la sombra colectiva se expresa en estas pobres chicas, que buscando el glamour y el ser queridas y admiradas, nos muestran el rostro de la cara oculta, de la que se quería huir. No debemos dejarnos atrapar en todo este montaje. Envejecer es natural, forma parte del proceso del vivir. Perdemos cosas y ganamos otras. Perdemos un cuerpo joven y ganamos en experiencia de vida y en capacidad de comprensión y sentido. La madurez y la vejez pueden ser etapas muy plenas y muy bonitas a condición de vivirlas aceptando ese cambio del que venimos hablando, que es perdida y sacando provecho de lo que hemos acumulado de bueno. Son momentos de vida en los que vivir plenamente la espiritualidad, el dar, el compartir. Para poder vivir así el paso del tiempo es importante que vivamos nuestras vidas lo más plenamente posible. Que cuando miremos los surcos que se van formando en nuestra piel, veamos que son debidos a gestos de felicidad, no a muecas de rabia, de dolor! La felicidad crea unas arrugas y la amargura crea otras. La felicidad se expresa en un rostro, abierto y cálido. La amargura cierra las facciones y las endurece. Mi consejo para ser un@ viej@s guap@s y radiantes no es gastarse mucho dinero en cremas…solo lo necesario para nutrir la piel. Mi consejo es realmente, ser felices, disfrutar de la vida, amar, amarse, desplegar todo el potencial creativo y espiritual en el día a día. De este modo, las arrugas serán bellas, porque serán la expresión de un gesto de bienestar. No nos queda otra que arrugarnos. ¡Pues arruguémonos de placer, de risa, de plenitud! Que no nos roben la expresión ni la vida. ¡¡Que se queden con su botox inexpresivo, sus labios y pechos insensibles y retocados!! Tu sonrisa vale mil veces más que todo eso. Y una sonrisa no se puede crear con Photoshop… Porque … hay vida antes de la muerte. Y solo nosotr@s hemos de decidir si la vivimos o si la dejamos escapar. Yo, personalmente, quiero morirme arrugada como una pasa de tanto reír. Anda, ahora mírate al espejo y dite ¡Guap@! Pensareis que me he vuelto loca. Pero más bien creo que nuestra sociedad es la que se ha salido de madre. Cuando veo las publicidades que nos agreden constantemente con cuerpos de talla 34, anoréxicas, rostros adolescentes y retoques de photoshop…no puedo más que mirarme en el espejo y decirme a mí misma…. ¡guapa! La primera arruga que apareció en mi rostro me asustó. No estaba preparada. Ahora, cuando compro crema y me dicen que yo no tengo arrugas, sino líneas de expresión, me río mucho (y esto hace que mis arrugas aumenten día a día….¡qué le vamos a hacer!). ¿De qué serviría vivir si no quedase ningún rastro de ello? ¿De qué nos va a servir pasar años y años en este planeta si no quedan huellas en nosotr@? La experiencia en el alma y en el vivir, se fija también en forma de arrugas. Es un proceso natural. Nuestro cuerpo cambia con la edad. Se desgasta, se ensancha, se seca. Cada cual vive transformaciones un poco distintas, pero transformaciones. Poco podemos hacer ante el desgaste de los materiales. Aunque nos cuidemos con la alimentación, respirando un aire puro, haciendo deporte, teniendo una vida emocionalmente satisfactoria… cambiamos. Y no. No cambiamos a algo que nos parece mejor. Sino que cambiamos a algo que suena más bien a perdida. Y es aquí donde radica el gran problema para todos, hombres y mujeres. La perversidad de nuestra sociedad es que se ha pasado de considerar a las personas mayores como fuente de sabiduría y experiencia, a considerarlas como algo decrépito a ocultar. Las residencias de ancianos se encargan de congregar a las huestes de personas ancianas que no pueden vivir con su familia por falta de espacio y de interés. Hay un salto entre la “joven persona jubilada” y el “anciano que debe estar en una residencia”. Hay un abandono social de esta etapa de vida. Nadie quiere saber nada. Seguimos mirando fotos de jovenzuelas y mozalbetes en el albor de la vida y ocultando lo que todos tarde o temprano llegaremos a tener que confrontar. En las fotos de algunas de esas modelos de revista, se adivina una decrepitud del alma, que parece surgir más allá de los años que tenga, más allá de la ropa de marca que luce. Es algo realmente feo, por asincrónico y fuera de lugar, que saca sus fauces, como una sombra que se ríe de los intentos publicitarios y sociales por ocultar la “no juventud”. Su extrema delgadez y su mirada más bien triste, recuerda a aquellas personas que están al final de sus vidas, con el cuerpo cansado y gastado, habiendo vivido una vida que les parece sin sentido. A veces pienso que la sombra colectiva se expresa en estas pobres chicas, que buscando el glamour y el ser queridas y admiradas, nos muestran el rostro de la cara oculta, de la que se quería huir. No debemos dejarnos atrapar en todo este montaje. Envejecer es natural, forma parte del proceso del vivir. Perdemos cosas y ganamos otras. Perdemos un cuerpo joven y ganamos en experiencia de vida y en capacidad de comprensión y sentido. La madurez y la vejez pueden ser etapas muy plenas y muy bonitas a condición de vivirlas aceptando ese cambio del que venimos hablando, que es perdida y sacando provecho de lo que hemos acumulado de bueno. Son momentos de vida en los que vivir plenamente la espiritualidad, el dar, el compartir. Para poder vivir así el paso del tiempo es importante que vivamos nuestras vidas lo más plenamente posible. Que cuando miremos los surcos que se van formando en nuestra piel, veamos que son debidos a gestos de felicidad, no a muecas de rabia, de dolor! La felicidad crea unas arrugas y la amargura crea otras. La felicidad se expresa en un rostro, abierto y cálido. La amargura cierra las facciones y las endurece. Mi consejo para ser un@ viej@s guap@s y radiantes no es gastarse mucho dinero en cremas…solo lo necesario para nutrir la piel. Mi consejo es realmente, ser felices, disfrutar de la vida, amar, amarse, desplegar todo el potencial creativo y espiritual en el día a día. De este modo, las arrugas serán bellas, porque serán la expresión de un gesto de bienestar. No nos queda otra que arrugarnos. ¡Pues arruguémonos de placer, de risa, de plenitud! Que no nos roben la expresión ni la vida. ¡¡Que se queden con su botox inexpresivo, sus labios y pechos insensibles y retocados!! Tu sonrisa vale mil veces más que todo eso. Y una sonrisa no se puede crear con Photoshop… Porque … hay vida antes de la muerte. Y solo nosotr@s hemos de decidir si la vivimos o si la dejamos escapar. Yo, personalmente, quiero morirme arrugada como una pasa de tanto reír. Anda, ahora mírate al espejo y dite ¡Guap@!
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