Después del verano… el otoño. Parece que cuesta desprenderse de las sandalias y de las camisas de manga corta. Pero el momento del cambio horario se acerca irremediablemente lo queramos o no.
Después de mi retiro voluntario en las altas planicies del macizo central francés, veo con nuevos ojos el espectáculo que me era habitual hace algunos años. Pero algo ha cambiado. La ciudad, ya de por sí ruidosa, con tendencia al gris, parece ahora más triste. Más agobiada.
El otro día, yendo a sentarme en una terraza, mi acompañante quería decidir la mesa con referencia al recorrido del sol. No supo determinar donde estaba el oeste. Al principio creí que bromeaba. Pero no. Comprendí que hacía tiempo que no salía de la ciudad, que había perdido el contacto con algo tan primordial como el sendito más básico de la orientación.
¿Qué hicisteis en la última luna llena? ¿Veis cómo cambia la luz al atardecer y se vuelve rojiza o dorada o simplemente gris plomizo porque el cielo está totalmente cubierto?
La Naturaleza está en las montañas, en el mar, pero también en vuestro interior. La gran Naturaleza, esa que nunca os podrán quitar ni contaminar. Pero cada uno de vosotros es el responsable de mantener el contacto, de restablecerlo si se ha perdido. Talvez es necesario realizar algunas “picures de rappel” como en las vacunas, salir a andar a pasar una noche en un refugio de montaña, subir a una cima a respirar el aire fresco. Actualizar en definitiva el contacto interior con la fuerza natural de la que formamos parte y de la que tan fácil es sentirse separado cuando se está en la ciudad.
La otra gran forma de actualizar este contacto es meditar regularmente. La meditación, más que nunca en tiempos oscuros. Meditar para sentir esa fuerza interior bien viva, plenamente actualizada. Para no perder el contacto con lo esencial. Para no perder el norte, el verdadero norte. Meditar para compartir lo que tenemos, lo que somos. Para darse al mundo y ofrecer una chispa de luz en nuestra mirada hacia los demás.
Después del verano… el otoño. Parece que cuesta desprenderse de las sandalias y de las camisas de manga corta. Pero el momento del cambio horario se acerca irremediablemente lo queramos o no.
Después de mi retiro voluntario en las altas planicies del macizo central francés, veo con nuevos ojos el espectáculo que me era habitual hace algunos años. Pero algo ha cambiado. La ciudad, ya de por sí ruidosa, con tendencia al gris, parece ahora más triste. Más agobiada.
El otro día, yendo a sentarme en una terraza, mi acompañante quería decidir la mesa con referencia al recorrido del sol. No supo determinar donde estaba el oeste. Al principio creí que bromeaba. Pero no. Comprendí que hacía tiempo que no salía de la ciudad, que había perdido el contacto con algo tan primordial como el sendito más básico de la orientación.
¿Qué hicisteis en la última luna llena? ¿Veis cómo cambia la luz al atardecer y se vuelve rojiza o dorada o simplemente gris plomizo porque el cielo está totalmente cubierto?
La Naturaleza está en las montañas, en el mar, pero también en vuestro interior. La gran Naturaleza, esa que nunca os podrán quitar ni contaminar. Pero cada uno de vosotros es el responsable de mantener el contacto, de restablecerlo si se ha perdido. Talvez es necesario realizar algunas “picures de rappel” como en las vacunas, salir a andar a pasar una noche en un refugio de montaña, subir a una cima a respirar el aire fresco. Actualizar en definitiva el contacto interior con la fuerza natural de la que formamos parte y de la que tan fácil es sentirse separado cuando se está en la ciudad.
La otra gran forma de actualizar este contacto es meditar regularmente. La meditación, más que nunca en tiempos oscuros. Meditar para sentir esa fuerza interior bien viva, plenamente actualizada. Para no perder el contacto con lo esencial. Para no perder el norte, el verdadero norte. Meditar para compartir lo que tenemos, lo que somos. Para darse al mundo y ofrecer una chispa de luz en nuestra mirada hacia los demás.