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El poder de la Meditación Zen: sentarse, y nada más

el poder de la meditación zen
Una de las cosas que más me impresiona de meditar después de tantos años de repetir este gesto, es el poder de la meditación zen, el poder de la simplicidad.
Muchas veces se piensa ¿Qué tengo que hacer para meditar? Es un pensamiento lógico que muestra cómo hemos aprendido en nuestra vida, cómo se nos ha educado. Para aprender cualquier oficio, para desarrollar nuestras capacidades, tenemos que aprender a hacer algo de un cierto modo.   Sin embargo, el zen nos enseña que lo que tenemos que hacer es más bien un dejar de hacer. Nos sitúa en una paradoja, aprender a no hacer. Desde la práctica y la repetición de la práctica meditativa,  he comprobado cómo la consigna a seguir se ha ido simplificando hasta llegar al sentarse, y nada más.   No hay la obligación de hacer nada. Es un espacio en el que el único imperativo es vivir lo que está pasando, con consciencia. En el actual mundo, exigente y convulso, con constantes invitaciones a hacer cosas, no solo durante el trabajo, sino también durante los periodos de supuesto descanso, la invitación del zen es un bálsamo y una apertura a otra realidad dentro de lo cotidiano. La activación constante lleva a una sobrecarga que dificulta el sentirse a sí mismo, con lo cual, la toma de decisiones se vuelve más compleja y las acciones cotidianas empiezan a dejar de tener sentido.   El zen, en su propuesta nos invita a situarnos en otro lugar interior:  deja de querer ser de un u otro modo, deja de querer lograr, deja de esforzarte por aparentar, deja de alejarte de ti mismo, deja de esconder lo que sientes, deja de luchar contra la Vida. Sentarse a meditar es un soltar presa profundo, un gesto de aceptación. Lo que vivo en este momento, es lo que vivo en este momento. Aceptar lo que sucede, lo que sentimos, acogernos sin más. Vivir desde la experiencia de estar vivos, no pensar nuestra vida, sino vivirla. Esto se manifiesta en unas sensaciones corporales de bienestar, de enraizamiento, centramiento y respiración fluida. Es un cambio en nuestra actitud. Implica de forma implícita borrar la importancia del ego. Este deja de interferir para lograr, competir, solucionar, destacar, atraer la atención, en definitiva. Nos calmamos.   Una calma que se expresa en un soltar crispación corporal, mental y emocional.   Por unos instantes la serenidad aflora, como si hubiese estado esperando que le diésemos paso. Ese gesto tan sencillo de sentarnos sin expectativas, en silencio, nos permite sentir lo que hay detrás de todo el ruido interno, detrás de todo el alboroto. Cuando nos levantamos del cojín, podemos seguir conectados con ese espacio interno que se manifiesta en nuestra actitud. Discriminar qué hacemos porque hay que hacerlo y qué es superfluo y nos sobrecarga. También, desde dónde hacemos lo que hacemos. Si mantenemos el contacto ese espacio de serenidad interior, nuestros actos serán reflejo de ello.   Alguien me contaba recientemente, con sorpresa, que desde que medita en zazen su actitud ha cambiado y que el ambiente que se genera en casa es mucho más sereno y amable. Esta persona está aprendiendo que su forma de estar en el cojín meditando es algo transformador per se, pero esta transformación no es algo que se programe y se obtenga “porque quiero que así sea”. Es el resultado de situarse interiormente en un mejor lugar, el que nos corresponde por naturaleza. Es dejar de oponerse a ser quienes somos y esto siempre pasa por borrar ego (miedos, patrones disfuncionales) Todo un aprendizaje que prosigue toda la vida, por supuesto, desde la humildad.   Sin embargo, la serenidad que anhelas no está tan lejos. Suelta presa.   Nada que lograr Nada que hacer. Sentarse, y nada más.  
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